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Yoice González

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Duelo (Parte II)

El apego. ¿Cómo nos afecta?

La intensidad del dolor va depender de la importancia otorgada a la perdida y el apego entre más significativa, más doloroso será, es un proceso natural que en principio no requiere psicofármacos, no representa una patología, ni sugiere intervención terapéutica.

Normalmente las personas pueden elaborar el duelo a través de procesos psicológicos internos, contando con su propio recurso, recibiendo apoyo y ayuda de sus redes (familia, amigos), y siguiendo normas establecidas en su contexto socio-cultural. Solo cuando el proceso se cronifica, se desvía o se pospone, es que se requiere ayuda profesional para elaborarlo.

Las pérdidas pueden ser simbólicas de bienes, prestigio, posición, afectos, amores, amistad, identidad personal, autoestima, ilusiones, honor, verdad, posibilidades, salud, integridad corporal, raíces culturales, patria, trabajo; de omisión de lo que no se pudo tener, ser, hacer, amar o ser amado; alejamiento o separación parcial o definitiva de alguien amado, o puede ser una pérdida significativa como la muerte (física) de seres queridos y la propia muerte cercana.

“Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque muera vivirá” Juan 11,25

Después de la muerte de un ser querido el duelo es una reacción normal.

Duelo: ¿Cómo afecta?

El duelo es una experiencia global. Afecta a toda la persona, en todas y en cada una de sus dimensiones:

  • Física
  • Emocional
  • Intelectual
  • Social
  • Espiritual.

En el proceso del duelo queda dañada la biología de la persona (corporeidad), se resiente la biografía (proyectos, estilos de vida, mundo emocional, vida espiritual), así como la autoestima, la razón vital, el gusto por la vida, el sentido existencial.

Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios, estará contigo donde quieras que tu vallas. Josué 1:9

La Providencia Divina y el dolor

El duelo de los padres por la muerte de los hijos suele ser el más doloroso, un paradigma de este duelo nos lo presenta la Biblia cuando David llora la muerte de su hijo Absalón: “Absalón hijo mío- exclamaba David entre sollozos-hijo mío Absalón: quien me diera haber muerto yo en tu lugar” (2 Sam 19.1). Son igualmente dramáticos los duelos cuando se da una muerte súbita como la muerte por accidente, suicidio, o debido a un evento de violencia, debido al impacto del dolor, en estas circunstancias el duelo suele ser más fuerte, ya que se pueden acompañar por sentimientos de culpa, o se puede caer en el juzgar por considerar la muerte como injusta.

En estas ocasiones entra en crisis nuestra imagen de Dios, y especialmente su providencia, aunque conocemos que Dios no causa las tragedias de la naturaleza, ni es responsable de la irresponsabilidad humana, en estos casos la fe ayuda a aceptar las fuerzas ciegas de la naturaleza y nuestra condición mortal, de forma que podemos afrontar, y superar las desventuras y las tragedias, así como la aceptación de nuestro condición mortal y la superación de la ilusión de que vamos a vivir indefinidamente. La fe también nos puede ayudar a purificar nuestra concepción de Dios y del sentido de la oración. Según P. Yancey en su libro ¿Dónde está Dios cuando se sufre?, después de narrar varias historias desgarradoras de duelo responde: “Está con nosotros. También Él ha sufrido, sudado y llorado con nosotros (…). Compartió nuestro sufrimiento dando dignidad a todos aquellos que siguen sufriendo a lo largo de los siglos”.

La llegada del dolor es inevitable, pero la elección por el sufrimiento depende de nosotros.

Pilar Sordo. Libro. Bienvenido Dolor

La muerte no es algo natural, sino todo lo contrario: es un hecho antinatural porque no fuimos creados para morir, sino para vivir. Está lejos del plan original de Dios al crear al ser humano. La muerte es «normal» en el sentido que afecta a todos, es una experiencia universal; pero es antinatural y repulsiva en su misma esencia. La Palabra de Dios nos define la muerte claramente como un enemigo, «el último enemigo». Por ello siempre nos costará aceptar algo que va en contra de la imagen de Dios en nosotros, en contra de este sello de eternidad del que nos habla el autor de Eclesiastés: Ha puesto eternidad en el corazón de ellos Ec. 3:11

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